
Cada día me cabe menos duda de que somos gentes de grandes gestos, de grandes gestas, pero nos perdemos en los pequeños detalles, que son los que al fin y al cabo, hacen el día a día y el que nos sintamos más o menos congratulados con el resto de la humanidad.
Me conmuevo cuando ante una catástrofe llegan gestos de solidaridad de todos los rincones del planeta. Cuando leo que seis de cada diez ciudadanos han hecho donaciones a alguna ONG. Y sin tener que ir tan lejos, cuando en mi comunidad o en la localidad en la que vivo se organizan carreras solidarias en apoyo a tal o cual causa, manifestaciones en favor de alguna causa noble o persona necesitada. En esos momentos me siento orgullosa de pertenecer a ese grupo humano, a esa comunidad, a esa humanidad.
Pero después me enfrento al día a día y no veo los tan supuestos buenos sentimientos por ningún lado. Codazos para entrar antes al tren y encontrar un asiento, enfrascamiento en la lectura y "vista gorda" para evitar ceder el asiento a la embarazada, al anciano... los autobuses llenos en la puerta de acceso (las horas punta son muy malas) mientras por el centro la gente va cómoda y holgada, sin intención de ceder un milímetro. Malas pasadas al volante que nos ponen en peligro de accidente, por no hablar de los gestos insultantes.
Una mujer sube cargada las escaleras de su portal y mientras tira de un carrito de la compra cargado intenta abrir la puerta. Los niños siguen jugando al balón.
Una mujer yace sobre el suelo de una estación y la gente pasa por su lado sin intención de socorrerla. Lo vemos por las teles de todo el mundo. Seguramente nos escandalizaremos, pero yo lo he visto en las calles de mi ciudad y la actitud es la misma.
Son solo pequeños ejemplos, pequeñas muestras de nuestro día a día, que me hacen dudar de la generosidad, de la solidaridad, de la ejemplaridad de la raza humana.
Probablemente el problema sea que nos falta afecto hacia nuestros semejantes.
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