sábado, 6 de junio de 2009

Para la reflexión


Esta es la carta que en 1819 Seatle, jefe de los pieles rojas, envió a James Monroe, presidente de los Estados Unidos:

"El gran jefe de Washington ha mandado hacernos saber que quiere comprar las tierras junto con palabras de buena voluntad... Queremos considerar el ofrecimiento porque bien sabemos que, si no lo hiciésemos, pueden venir los rostros pálidos a arrebatarnos las tierras con armas de fuego. Pero ¿cómo podéis comprar o vender el cielo o el calor de la tierra? Esta idea nos resulta extraña. Ni el frescor del aire ni el brillo del agua son nuestros. ¿Cómo podrían comprarse?... Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre: todos pertenecen a la misma familia... El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre... Vuestras ciudades hieren los ojos del hombre de piel roja. Quizá sea porque somos salvajes y no podemos comprender.

No hay un solo sitio tranquilo en las ciudades del hombre blanco. Ningún lugar donde pueda oírse en primavera el despliegue de las hojas o el rumor de las alas de un insecto... El ruido de la ciudad es un insulto para el oído. Y yo me pregunto: ¿qué clase de vida tiene el hombre que no puede escuchar el grito solitario de la garza o la discusión nocturna de las ranas en torno a la balsa?... El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire... El aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida también recibe sus últimos suspiros... ¿Qué puede ser del hombre sin los animales? Si todos los animales desapareciesen, el hombre moriría en una gran soledad. Todo lo que le pase a los animales muy pronto le sucederá también al hombre. Todas las cosas están ligadas... Enseñen a sus hijos, que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurre a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo se escupen a sí mismos... Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos... No entendemos por qué se saturan los rincones de los bosques con el aliento de tantos hombres... Nosotros amamos este país como ama el niño los latidos del corazón de su madre..."

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2 comentarios:

Pluvisca dijo...

Enseñen a sus hijos, que nosotros hemos enseñado a los nuestros, que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurre a la tierra le ocurrirá a los hijos de la tierra.

¡¡¡Ojala hiciermaos todos lo que ellos hacían!!!

Estamos ciegos ante la naturaleza, es triste.

Un beso

Carmen dijo...

Camino de dos siglos desde que se escribieron estas palabras y aún no hemos comprendido que el daño que le hagamos a la Naturaleza nos lo hacemos a nosotros y a nuestros hijos.
¡Qué tercos somos!

Un beso.